Los más de 20 millones de pequeños agricultores y pescadores artesanales que habitan en las riberas del lago Victoria han sufrido persistentes inundaciones después de severos periodos de sequía. Las comunidades de Uganda, Tanzania y Kenia que dependen del pescado para su sustento han visto cómo las riberas han tenido que retroceder a medida que el nivel del agua ha crecido. Han tenido que adaptar sus métodos de pesca a los nuevos fondos de las aguas superficiales, que no siempre son favorables a las capturas tradicionales, como la tilapia del Nilo, la sardina de agua dulce y la perca del Nilo.
El lago Victoria es la segunda masa de agua dulce más grande de la Tierra, después del lago Superior de Norteamérica. El aumento de la superficie del lago esta última década está causada por aumento general de las lluvias. Es un fenómeno previsto por el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC). En el caso del África Oriental, el informe AR6 señala específicamente que los patrones de lluvia en la región de los Grandes Lagos tienden a intensificarse debido a las temperaturas más cálidas que incrementan la evaporación y la cantidad de agua precipitable en la atmósfera, alimentando lluvias más fuertes y prolongadas.
El mosquito de la malaria tiene un hábitat más extenso
Este año, en la región ha llovido intensamente en agosto y septiembre, unos meses situados entremedio de las temporadas de lluvias, lo que ha alterado el ritmo anual de las cosechas y provocado más inundaciones. Los cultivos encharcados han causado pérdidas a los agricultores, y generado una amenaza adicional: la proliferación de larvas del Anopheles gambiae, el mosquito que transmite la malaria en África.
La concatenación de las inundaciones con sequías y temperaturas anómalas ha saturando los servicios de salud en las riberas de Kenia y Uganda, donde otras enfermedades transmitidas por agua contaminada, como la diarrea y el cólera, también están en aumento.
El cambio en los patrones climáticos obstaculiza los esfuerzos para combatir la malaria en África, una de las zonas más afectadas en el mundo. La preocupación se extiende entre los especialistas de la OMS y de las múltiples ONGs y organizaciones sanitarias. La que más alertas ha lanzado recientemente es Malaria No More, que señala un dato destacado recientemente por UNICEF: de las 600.000 personas que mueren de malaria en el mundo, más del 90% son africanas y la mayoría son menores de cinco años.
Los daños que la malaria causa en sus regiones endémicas son enormes. Según un estudio de Oxford Economics, encargado por Malaria No More, si se lograra la meta 3.3 del ODS 3 (salud y bienestar para todos), las economías de los países afectados podrían crecer en más de 140.000 millones de USD. Esta meta es “poner fin a las epidemias de sida, tuberculosis, malaria y enfermedades tropicales desatendidas, y combatir la hepatitis, las enfermedades transmitidas por el agua y otras enfermedades transmisibles.” Para la ONU, “poner fin” significa reducir en un 90 % los casos y muertes por esta enfermedad en comparación con los niveles de 2015 para el año 2030.
Además, Malaria No More señala que el avance en la lucha contra la enfermedad podría generar un crecimiento económico adicional en el comercio mundial. Al disminuir la malaria, una población más saludable y productiva reduce el gasto sanitario en los países endémicos, lo que crea un contexto favorable a mejorar las relaciones comerciales con los países del G7. También el estudio señala que, al ahorrarse recursos, los fondos adicionales podrían invertirse en fortalecer los sistemas de salud y redoblar esfuerzos en otras enfermedades infecciosas.
La propagación de la malaria agrava también el drama de los desplazados en África, ya que la epidemia también se ceba en las zonas asoladas por los conflictos bélicos. Es una constante en los campos de refugiados, como los de Ruanda y Chad, en los que hemos intervenido ayudando en proyectos de saneamiento e higiene. En estos campos, la malaria representa una amenaza significativa, y la OMS y el ACNUR han desarrollado programas de implementación de mosquiteros tratados con insecticida (ITNs) y de diagnóstico y tratamiento temprano para reducir la mortalidad. En algunas situaciones, se emplea también la administración masiva de medicamentos para controlar brotes en comunidades vulnerables.
Los vectores viajan
Un vector patógeno es cualquier organismo, como un mosquito o una garrapata, que transporta y transmite virus, bacterias o parásitos de un ser infectado a otro. Los vectores no causan la enfermedad en sí, pero son los ‘vehículos’ que llevan el patógeno de una persona o animal a otra. Con el cambio climático y la alteración de ecosistemas, algunos vectores están llegando a nuevos territorios, aumentando el riesgo de enfermedades.
En el caso de la malaria, estos últimos años la OMS ha informado de la presencia de otro mosquito en África, el Anopheles stephensi, un género originario del sur de Asia y Oriente Medio que se cree que entró por Yibuti, y se ha expendido por el Cuerno de África. A pesar de que ambos vectores pueden transmitir los dos parásitos causantes de la enfermedad (Plasmodium falciparum y Plasmodium vivax), los epidemiólogos están preocupados por que los métodos de lucha contra la proliferación del insecto es distinta en cada caso. Mientras que el mosquito africano (A. gambiae) se da en áreas rurales y periurbanas, el mosquito asiático prolifera preferentemente en las zonas urbanas y sobrevive a temperaturas muy altas durante las estaciones secas.
No sólo los mosquitos de la malaria están traspasando fronteras. El aumento de la temperatura está facilitando que las garrapatas que transmiten la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo – una enfermedad que se da en África, Europa del Este, Oriente Medio y algunas partes de Asia Central – extiendan su hábitat a latitudes más al norte y a zonas montañosas más altas.
Otro ejemplo es el virus del Nilo Occidental que usa principalmente a los mosquitos del género Culex como vector. Su área de distribución se está expandiendo en algunas regiones del mundo ya que el aumento de temperaturas y los cambios en los patrones de lluvia permiten que estos mosquitos invadan otras regiones. En España, por ejemplo, la enfermedad era insólita hasta 2004, pero en este año 2024 ya se han confirmado 71 casos y cuatro fallecidos.
El dengue también muestra cambios epidemiológicos debidos al cambio climático, que también amenazan a casi todo el mundo tropical y subtropical. Es una situación que corrobora la alerta lanzada por la OMS ante el aumento del calentamiento global. Las medidas preventivas basadas en el control del agua expuesta a la intemperie en las zonas comunitarias son clave para frenar la proliferación de los mosquitos Aedes aegypti y Aedes albopictus, vectores de la enfermedad.
Un nuevo frente de la crisis climática
Los científicos alertan sobre el impacto del cambio climático en la propagación de enfermedades infecciosas. El informe anual Countdown on Health and Climate Change de la revista The Lancet, elaborado por más de 300 expertos globales, advierte de los riesgos de la “idoneidad climática” para la transmisión de enfermedades causadas por vectores, agua contaminada y polución de alimentos y aire. La OMS y la Organización Meteorológica Mundial (OMM) destacan la urgencia de seguir investigando cómo los cambios en los ecosistemas de estos vectores afectan la aparición de enfermedades en nuevas áreas. Es un nuevo desafío que abre la crisis climática y que deberá ser incluido en las decisiones de financiación que se tomen en la inminente COP 29 de Bakú.