Los meses de cese forzado de la actividad nos han dado una perspectiva inédita y más profunda de nuestra relación con el entorno natural en el que vivimos: ya sabíamos que no era buena, pero ahora somos más conscientes de cómo nuestra forma de vivir lo afecta y degrada. Tenemos más información para definir la insostenibilidad.
Sin embargo, aún sin haber superado la pandemia, el retorno a la actividad económica se hace perentorio ante la amenaza de que se profundice una recesión de consecuencias nefastas para la subsistencia de miles de millones de personas. El miedo a la pobreza supera en muchos casos al miedo a perder la salud, y explica la popularidad de los argumentos de los que anteponen la economía a las muertes por la infección. Casi nadie aboga por un confinamiento sine die hasta haber encontrado un tratamiento o una vacuna; es inviable, pues el sistema se derrumbaría mucho antes, creando un caos de consecuencias impredecibles, y con fundadas razones para creer que serían peores que las que produciría la laxitud en el control de la infección.
Nuevos elementos para la vieja controversia
La inminencia del retorno a la “normalidad” ha polarizado la opinión pública. Los más preocupados por la economía, priorizan el retorno rápido a la actividad y supeditan el cuidado del medio ambiente; los que ven el deterioro del medio ambiente estrechamente relacionado con la pandemia, incluso como causa de ella, han retomado sus posturas de defensa de la naturaleza con redoblado ímpetu.
Por otra parte, los Gobiernos, amparados frente a la opinión pública por la lógica preocupación sanitaria y económica, han continuado sin mostrar la contundencia requerida por los científicos en la lucha contra el cambio climático, como éstos exigieron en el pasado COP25 de Madrid. Pese a que hay una mayoría a favor de situar la lucha contra las pandemias en el mismo contexto que la recuperación medioambiental, e instituciones como la Unión Europea señalan que lograr los objetivos medioambientales es una prioridad inaplazable, siguen existiendo tras la pandemia las posturas reaccionarias que consideran el brusco cese de la contaminación como sinónimo de recesión económica y drama social.
¿Qué ha cambiado?
Es evidente que algo ha cambiado entre la población respecto al medio ambiente, y es muy importante saber qué, y cómo va a afectar este cambio a la recuperación de la actividad.
El estudio de cómo el medio ambiente y la conducta humana se relacionan entre sí pertenece al campo de la Psicología Ambiental, disciplina que es clave en la carrera hacia los ODS. En este sentido, el cese de la actividad causado por el confinamiento ha mostrado la presión que estamos ejerciendo sobre nuestro planeta. La mayor parte de los habitantes urbanos menores de 40 años no habían visto cielos tan azules ni aguas tan cristalinas, ni oído el canto de los pájaros, ni avizorado las montañas circundantes. Los efectos que tendrá esta nueva conciencia sobre la conducta humana está por ver, pero es evidente que la percepción del “territorio” ha cambiado y lo ha hecho de forma esperanzadora, pues ha sacado de la invisibilidad una agresión desconocida para muchos.
Algunos economistas ambientales destacan que esta nueva percepción es positiva para los logros medioambientales. La conclusión a la que han llegado muchos ciudadanos de que no podemos seguir así ya que estamos dilapidando nuestro único hogar y que este hogar es de todos, ofrece una gran oportunidad para, tras la pandemia, avanzar en la creación de conductas apropiadas.
Sin embargo, no todo son buenas noticias. El agua, testigo implacable de la falta de respeto humano hacia le entorno, muestra hechos que contradicen el optimismo. A la proliferación de mascarillas y guantes de látex en las redes de saneamiento se ha sumado un incremento de toallitas húmedas lanzadas al inodoro. Por ejemplo, en la EDAR de Albacete, en marzo y abril se ha incrementado un 20% la llegada de esos residuos, alcanzando las 1,8 toneladas al día de media durante el estado de alarma. La relación perniciosa de los consumidores con los residuos sigue allí y no da visos de retroceder.
Gran oportunidad para una comunicación efectiva
La Psicología también advierte de que las personas, ante una amenaza inmediata a la base de su pirámide de preferencias, como es la salud y el trabajo, atienden a otras en segundo término, especialmente las que se perciben de forma diferida en el tiempo, como ocurre en muchos casos con la amenaza del cambio climático. Es una reacción humana habitual ante los problemas que se plantean complejos y de incierta solución a largo plazo, pese a que se demuestre que la inacción es insostenible y nos lleva a un futuro de ruina para la humanidad.
Sin embargo, el cambio en la percepción del territorio ofrece una oportunidad para afrontar la comunicación medioambiental de forma más eficiente para lograr un cambio positivo de las conductas humanas. El punto de partida es considerar las preocupaciones básicas de los ciudadanos por su salud y trabajo y admitir que los más afectados por la covid-19, los que han perdido a familiares y amigos, los que se han quedado sin trabajo y afrontan un futuro angustioso, perciben los problemas medioambientales como secundarios.
Sólo explicando con claridad y sin alarmismos, que la salida de la crisis debe hacerse de la forma más armónica posible con la naturaleza, pues así será beneficiosa para todos, es el gran reto de comunicación al que nos enfrentamos. Los medios de comunicación, las empresas, las instituciones, los educadores y los Gobiernos deben aprovechar la mayor receptividad a la información científica que ha generado la pandemia para dar un paso adelante en la divulgación de conceptos como el capital natural, la sostenibilidad y la solidaridad, presentándolos como activos socioeconómicos generadores de riqueza y no de costes.
La comunicación de los conceptos básicos de la ciencia climática y medioambiental debe aprovechar este terreno abonado y avanzar un paso más. El lenguaje común de la opinión pública y de los políticos debe enriquecerse con los valores de objetividad, inteligibilidad y dialéctica inherentes al pensamiento científico.
Es un esfuerzo de todos, y es urgente para conjurar el peligro del rebrote del negacionismo. Éste asoma tras muchos discursos que apelan a la emoción más que a la razón. La idea de que la naturaleza está aquí para servirnos y que sólo explotándola como hemos venido haciendo desde siempre es la única fuente de bienestar debe ser erradicada; ahora más que nunca.
Nuevos obstáculos que salvar
No es tarea fácil. La pandemia ha deteriorado algunos valores y mecanismos de acción. Las regresiones a la identidad tribal como defensa ante la incertidumbre contrastan con los avances que se han evidenciado en la concienciación de que la inteligencia colectiva es la mejor estrategia global de supervivencia. El cierre de fronteras y la culpabilización demagógica a países y colectivos dificultan el avance hacia unas relaciones internacionales que más que nunca necesitan fomentarse.
Es incómodo y complejo, pero la nueva comunicación debe esforzarse por admitir el relativismo y hacer ver que las diferencias son necesarias y que mediante el diálogo, estas diferencias posibilitan acuerdos, y son los acuerdos los que hacen avanzar.
De la misma manera que no hemos podido evitar la pandemia y hemos tenido que improvisar tanto su mitigación, como ahora nuestra adaptación, la crisis medioambiental está ahí. El hecho de que avance más lentamente que la propagación del virus no debe hacernos caer en la ilusión de la lejanía. Que la nefasta experiencia de la pandemia nos sirva para ajustar la escala del tiempo: no lo tenemos, y cuanto antes reaccionemos, mejor.