Es una de las regiones del mundo que más alertas científicas, medioambientales y políticas ha generado estas últimas décadas. La humanidad tiene puestos los ojos en los 6,7 millones de km² del mayor bosque tropical de la Tierra que se extiende principalmente en la cuenca del Amazonas, el río más caudaloso del mundo. La Amazonía, que abarca territorios de nueve países sudamericanos, es el bosque tropical de que más carbono almacena: se estima que el 50% de todo el CO2 capturado por las selvas situadas alrededor del ecuador terrestre se concentra en la vasta región; las masas boscosas de África Ecuatorial y el Sudeste Asiático, incluyendo Indonesia, se encargan de sustraer a la atmósfera la mitad restante.
Estas selvas son un elemento clave en la captura de CO2. Mediante la función clorofílica, las plantas usan este gas para fabricar los carbohidratos y otros compuestos orgánicos que forman su estructura. Se calcula que la Amazonía almacena de 160 a 200 gigatoneladas de carbono, incluyendo la biomasa viva y el suelo que la sustenta.
Cerca del punto de no retorno
Este almacén de carbono está disminuyendo en extensión y calidad, lo que viene alarmando a los científicos desde hace años. IPAM Amazônia asegura que la pérdida de masa forestal entre 2020 y 2021 ha alcanzado los 8.712 Km2. En la década de 1990, este bosque absorbía 2.000 millones de toneladas de CO2, ahora esta cifra se ha reducido a la mitad.
La causa principal es la deforestación. La expansión de la ganadería extensiva, el cultivo de soja y la extracción de maderas de gran calidad, como la caoba, el ipe y el cedro amazónico, están haciendo retroceder el bosque.
Según el IPCC , la Amazonía ya ha perdido un 17% de su biomasa desde la década de 1970, y recientes estudios alertan de que el punto de no retorno podría darse en cualquier momento a partir de una pérdida del 20%. Si no se detiene la deforestación con urgencia, es más que probable se llegue ese punto crítico entre 2040 y 2055, y la Amazonía pierda su capacidad de regenerarse de un modo natural.
En una situación como ésta, los científicos apuntan a la posibilidad de que se invierta el balance del carbono y los bosques pasen a emitir más del que absorben. Cuando muere, la vegetación libera el carbono almacenado que pasa a la atmósfera gradualmente; en el caso de un incendio, práctica a veces usada en la desforestación intencionada, la emisión es inmediata. Sin embargo, en la actualidad, la ciencia no puede determinar con certeza cuándo esta inversión en el balance de carbono podría ocurrir. El bosque tropical es un sistema muy complejo y la absorción de este elemento depende, además de la deforestación, de otros factores como el incremento de la temperatura, la degradación del suelo y las sequías prolongadas.
Los “ríos voladores” no deben detenerse
Más allá de la absorción del carbono, el ciclo del agua que se da en la selva amazónica constituye uno de los reguladores clave del clima planetario. Estas últimas décadas, los científicos han ido descubriendo particularidades fascinantes acerca de la forma en que cada especie vegetal contribuye al ciclo del agua del conjunto de la selva.
La humedad que la biomasa emite a la atmósfera es arrastrada por los vientos alisios de este a oeste que a su vez aportan humedad del océano Atlántico y también nutrientes en suspensión. Es lo que se ha venido a llamar “ríos voladores”, que son auténticos motores de la meteorología de la región, ya que determinan las lluvias y la temperatura ambiente. Este sistema está a su vez estrechamente relacionado con la biodiversidad, y nos proporcionan un buen ejemplo de por qué el equilibrio de la naturaleza es un activo fundamental para nuestro futuro.
Síntomas del deterioro
La degradación del bosque causa el fenómeno de la “sabanización”. Al perder la capacidad de reciclar el agua, la estación seca comienza a alargarse y la temperatura ambiente de la zona aumenta; el clima pasa a asemejarse al de las sabanas: estaciones húmedas y secas muy diferenciadas e inestables en el tiempo.
Ya hay síntomas que apuntan a que esto está ocurriendo. En la zona sur de la cuenca del Amazonas, la estación seca se está alargando desde Bolivia hasta el Atlántico; en los últimos 40 años, ha aumentado de tres a cuatro semanas. En estos periodos con menos lluvia, la temperatura aumenta de dos a tres grados lo que afecta a todo el sistema ecológico. Recientes estudios han detectado un aumento de la tasa de mortalidad de algunas de las plantas más necesitadas de humedad.
Los científicos alertan de que es un síntoma de la aproximación a un punto de no retorno y reclaman mayor inversión para saber más sobre los misterios que el bosque aún no ha desvelado. ¿Cómo afecta el aumento de un grado de temperatura a las plantas? ¿Y las alteraciones de los vientos alisios? ¿Provoca la sabanización la introducción de especies invasoras? Son preguntas que pueden proporcionar valiosas respuestas.
Deforestación cero para empezar a regenerar
La predisposición política para salvar la Amazonía es fundamental, dadas las fuertes presiones económicas para seguir desarrollando la ganadería, los monocultivos intensivos, la extracción maderera y la minería. El actual Gobierno de Lula da Silva ha recuperado las ideas del plan de 2004 que dio muy buenos resultados, ya que desde que entró en vigor hasta 2012 hizo descender la deforestación un 83%. Luego, bajo el mandato de Jair Bolsonaro, el plan fue derogado y la Amazonía volvió a deteriorarse aceleradamente. El plan de Lula se basa en 194 líneas de actuación para alcanzar la deforestación cero dentro de siete años.
Entre otras medidas, se pretende crear tres millones de hectáreas de nuevas reservas naturales, proteger unos 230.000 kilómetros de riberas de la inmensa cuenca y embargar el 50% de la tierra deforestada ilegalmente. El objetivo urgente es frenar por completo la deforestación antes de 2030, y al mismo tiempo, comenzar a favorecer la restauración del bosque original. Los expertos aplauden la idea de adoptar un modelo de bioeconomía desarrollado conjuntamente con las poblaciones indígenas, las que más han sufrido el impacto del extractivismo; se basa en el fomento de la agricultura familiar, las condiciones de sostenibilidad a la industria turística y el respeto de la cultura ancestral.
El plan también incluye medidas que los científicos reclaman con urgencia: crear alertas diarias de deforestación y contratar a 1.600 analistas ambientales los próximos tres años con el objetivo de recabar la máxima información. El plan tiene que superar las fuertes presiones del lobby agropecuario; si lo logra, en la COP 30, que se celebrará en la ciudad brasileña de Belém en 2025, tendrían que verse avances tangibles.
El bosque de la Amazonía es el resultado de una evolución de millones de años. Ahora, en pocas décadas lo hemos puesto en peligro. Es otra de las consecuencias del Antropoceno que debemos asumir y solucionar.