De entre todos los pueblos nómadas que pueblan el Sahel, los fulani son el más numeroso, desde el siglo XII. Se calcula que llegan a los 40 millones en todo el continente africano, por lo que se considera la etnia nómada más numerosa del mundo en la actualidad. Su origen es controvertido: algunas teorías los sitúan en las orillas del Nilo; otras abogan por el resultado de un mestizaje entre pueblos del sur de Sudán y nómadas del Sáhara; también se baraja la hipótesis de que entraron en África provenientes del Cáucaso e incluso del sur de la península Arábiga. Sin embargo, hay un consenso mayoritario entre los etnólogos de que los fulani actuales son el resultado de varias mezclas con otras etnias.
La sabiduría de una trashumancia en peligro
Como todo pueblo nómada, los fulani tienen una estrecha relación con el agua. Principalmente dedicados al pastoreo mediante la trashumancia entre el norte y el sur, en función de las estaciones lluviosas, han atesorado un fino sentido climático, y un exacto conocimiento y cuidado de los puntos de agua y los recursos naturales que la naturaleza les proporciona. Uno de ellos es el baobab, árbol capaz de almacenar más de 130.000 litros de agua para sobrevivir durante la estación seca.
Cada año, ante los primeros indicios de sequía, a principios de noviembre, en cuanto los ríos comienzan a secarse y los pastos a escasear, las familias dejan las regiones del norte y se trasladan al sur, viajando en carro durante uno o dos meses. Cuando, en junio, llegan las primeras lluvias, regresan al norte. Pero el cambio climático les está afectando estos últimos años. En 2020, la sequía hizo que en el norte los pastos amarillearan antes, sobre todo en el Sahel occidental (Senegal, Malí y Burkina Faso), y los pastores tuvieron que adelantar su partida a octubre.
Mientras se desplazan tienen que gestionar con exactitud las fuentes de agua para llenar periódicamente los bidones que transportan. Esto significa que en algunos puntos del trayecto tienen que desplazarse hasta 10 kilómetros, labor de la que suelen encargarse las mujeres, mientras los hombres cuidan del ganado.
Una economía eficiente acosada por la violencia y la mala gobernanza
Los fulani, como la mayoría de los pueblos nómadas del Sahel, han vivido los vaivenes de la región a causa de los desequilibrios provocados por el extractivismo colonial y las guerras étnicas y religiosas que le sucedieron. Pese a ello, durante las últimas décadas, han hecho evolucionar su economía desde el intercambio de productos cárnicos y leche por verduras y frutas de otros pueblos agrícolas, que era su principal actividad a mediados del siglo XX, a un eficiente comercio basado en el aprovechamiento de sus ancestrales habilidades adaptativas al clima saheliano en sus métodos de producción láctea.
Son las mujeres las que vertebran esta economía. Son ellas quiénes deciden cuánta leche será destinada a la familia y cuánta a amamantar las crías. Las mujeres también procesan la leche en función de las estaciones. En la temporada húmeda hacen mantequilla y queso tierno que cortan en cubos y fríen. Con el suero sobrante hacen un líquido llamado nonoque, en la estación seca, mezclan con el agua retenida por los baobabsy sus frutos para fermentarlo y obtener un brebaje muy nutritivo, similar al kéfir, que se conserva varios días en las altas temperaturas de la región.
Un referente que debe perdurar y desarrollarse
Esta economía de los fulani ha sido recientemente muy valorada por la UNESCO por ser un ejemplo de sostenibilidad, y está siendo una referencia en muchas regiones del Sahel para afrontar la incertidumbre del cambio climático y tratar de enraizar a las comunidades pastoriles para evitar las migraciones a las ciudades del sur.
El Banco Mundial desarrolla el Proyecto Regional de Apoyo al Pastoreo en el Sahel (PRAPS), de 248 millones de USD, que actúa en los corredores de trashumancia en base al apoyo a las mujeres, la vacunación de animales, la creación de puestos de abastecimiento de agua, la creación de nuevos mercados de ganado y la creación de comités para la resolución de conflictos. Este último aspecto se extiende a nivel interestatal con el objetivo de lograr la cooperación efectiva entre Gobiernos, un aspecto básico entorpecido estos últimos tiempos por el incremento de la violencia étnica y terrorista endémica en el Sahel.
La incidencia del coronavirus y abandono de la trashumancia
Las restricciones por la pandemia de la covid-19 supusieron un mazazo para la economía trashumante. Según el Banco Mundial, la cría de ganado constituye el medio de subsistencia de más de 20 millones de personas en el Sahel, que migran cada año en busca de pasto y agua. La pandemia les ha afectado severamente ya que cerraron los mercados de ganado y productos lácteos, y se bloquearon los viajes en busca de pasto y agua. Estas restricciones gubernamentales coincidieron con los meses más duros de la estación seca, y muchos pastores se han visto obligados a invertir el poco dinero que tenían en forraje para sus animales.
De este modo, la pandemia ha venido a acelerar un proceso de abandono del pastoreo ya iniciado hace años a causa del cambio climático y la inseguridad. Muchos fulani se han asentado en comunidades rurales. Allí tienen otros problemas con el agua: sufren las carencias de las comunidades rurales que no disponen de acceso y muchas veces ni siguiera tienen fuentes mejoradas viéndose obligados a captar agua superficial. Es el caso que cuenta el nigeriano Jefferson Japheth Aku en su corto Hope, finalista del We Art Water Film Festival 5.
En el corto se narra el día a día de Maimuna y sus hermanas. Al levantarse cada mañana, antes de ir a la escuela, se dirigen al río para conseguir agua. Tienen que andar y perder horas antes de alcanzar la ribera. Durante la estación seca el cauce no trae agua y se ven obligadas a cavar en la tierra para obtenerla; pero el agua está siempre sucia y no es segura para beber.
Su caso es similar al de la mayoría de mujeres de las zonas rurales de África que son víctimas de la falta de agua y de un saneamiento deficiente. En esta pequeña comunidad no tienen agua ni aseos ni letrinas. Están obligadas a defecar al aire libre, con todos los problemas de salud, seguridad, dignidad y degradación del medio ambiente que conlleva esta práctica.
El corto también muestra la concienciación que la falta de agua en las comunidades rurales está despertando entre los escolares de Nigeria. Un proyecto de alumnos de secundaria en Abuya, la capital, se basa en la utilización de materiales reciclados para fabricar una bomba de agua movida por energía solar. En toda el África subsahariana aumenta la concienciación sobre los problemas de acceso al agua del Sahel. Solucionarlos es vital para afrontar el cambio climático. La salvaguarda de las tradiciones ancestrales de agricultura y ganadería es condición necesaria tanto en el Sahel como en el resto del mundo rural pobre para detener la migración de debida a la pobreza y detener el deterioro del medio ambiente y lograr la sostenibilidad planetaria. La Agenda 2030 depende de ello.