Unos 24.000 millones de toneladas de suelo fértil se pierden cada año por la desertificación. Es un proceso que avanza debido a la vulnerabilidad de los ecosistemas de las zonas secas que cubren un tercio de la superficie del planeta. La sobrexplotación y el uso inadecuado del suelo, la deforestación y las malas prácticas de riego son los principales desencadenantes de la desertificación y el agotamiento de los recursos hídricos. Es una grave amenaza para consecución de los ODS ya que, según la ONU, hacia 2025, dos tercios del mundo se hallará en condiciones de “estrés hídrico”, y por entonces 1.800 millones de personas sufrirán una escasez absoluta de agua.
Según la FAO y el Banco Mundial, es probable que los movimientos migratorios aumenten como resultado de la desertificación, y se estima que, en 2045, este proceso será responsable del desplazamiento de unos 135 millones de personas.
La Organización Meteorológica Mundial (WMO) prevé que la escorrentía media anual de los ríos y la disponibilidad de agua aumentarán entre un 10 y un 40 por ciento en las latitudes altas, pero disminuirán entre un 10 y un 30 por ciento en algunas regiones secas en las latitudes medias y en los trópicos secos; y estas zonas son las que concentran a las poblaciones con mayor índice de pobreza. En estas áreas climáticas aumentará la degradación de los suelos debido a las sequías, así como su erosión a causa de las lluvias torrenciales que también se prevé que aumentarán de forma significativa.
Con estas perspectivas, es urgente la protección del suelo y garantizar sus funciones de salvaguarda de la biodiversidad, lo que es fundamental para la estabilidad y productividad de cualquier territorio.
El impacto social de la pandemia que estamos viviendo está despertando la conciencia de que el pensamiento colectivo y solidario es una de las mejores herramientas para combatir las amenazas a la humanidad. La naturaleza ha creado durante millones de años modelos de supervivencia de los que podemos aprender. Uno de ellos es la singular distribución “solidaria” de las raíces de una simple palmera sudamericana. En 2016, el científico y escritor Jorge Wagensberg (1948-2018), en un viaje por Brasil, descubrió el significado de su singularidad y nos la explicó con bello un texto dedicado a la labor de sensibilización de la Fundación We Are Water. La estimulante metáfora de la palmera Burutí:
La solidaridad ejemplar de una palmera llamada Burutí
Por Jorge Wagensberg
Sol y agua, he aquí los dos elementos trascendentes a la hora de comprender un paisaje. Hace unas semanas, mientras paseaba con unos amigos botánicos brasileños por la sabana americana caí en la cuenta de una historia que, a estas alturas, es ya tema de investigación para una tesis doctoral. De pronto comprendí que todos los árboles de este paisaje tenían algo en común: sus ramas eran perpendiculares al tronco, es decir, paralelas al suelo. Y pensé, una vez más, lo que significa comprender en ciencia: comprender es la mínima expresión de lo máximo compartido. O sea, las ramas paralelas al suelo es una buena parte de la comprensión de la sabana. Aquí sobra luz y falta agua, sobra mucha luz y falta mucha agua. Por ello las raíces se hunden en el suelo y sobrepasan los veinte metros de profundidad buscando agua. En cambio, como la luz no es un factor limitante, las ramas se pueden encargar de ocupar el territorio emigrando horizontalmente.
La emoción fue fuerte cuando al recordar que en las selvas tropicales ocurre exactamente lo contrario. En efecto, en este paisaje sobra agua y falta luz, sobra mucha agua y falta mucha luz si uno no se encuentra en la primera línea de sol. Por ello las ramas salen disparadas paralelas al tronco y perpendiculares al suelo con muchas prisas por disputar esa primera fila, mientras que las raíces se ocupan sobre todo de mantener la estabilidad de la estructura del árbol emigrando horizontalmente. En síntesis, imaginemos un árbol típicamente amazónico sin frutos, ni hojas ni flores, es decir, imaginemos su esqueleto de tronco, ramas y raíces colgando en el aire. Y provoquemos una rotación de 180º. Las ramas ocuparan el lugar de las raíces y las raíces el lugar de las ramas de un árbol… ¡de la sabana!
Pero es posible que la relevancia de la disponibilidad de la luz y del agua no se limite solo a los casos extremos. ¿Qué ocurre en los casos intermedios? Un árbol de ribera, como el chopo, tiene la estructura de un árbol en situación de exceso de agua y competencia por la luz. Pero ¿qué ocurre a medida que el hábitat natural de un árbol se aleja del agua? ¿Será el ángulo entre ramas una función de la distancia al agua? He aquí una pregunta bien hecha que aún no tiene una respuesta bien convincente.
En la sabana brasileña se puede encontrar además una especialísima palmera llamada Burutí. Es especial porque su caprichosa estructura se comprende también según el revelador binomio agua-luz. En efecto, sus raíces parecen sufrir un dilema esquizofrénico porque muestran claramente una doble estrategia: tiene raíces profundas para bombear el agua desde profundidades increíbles de más de veinte metros durante el día, cuando el sol de la sabana castiga duramente el terreno. Sin embargo también tiene raíces que se desparraman horizontalmente para, durante las horas de poca luz, cuando la evapotranspiración no es suficiente para llevar el agua hasta las hojas, sino sólo hasta el suelo raso, entonces la palmera Burutí reparte agua por la superficie de la tierra sedienta. Consecuencia. Durante el día la palmera Burutí trabaja para ella misma, pero el resto del día se dedica a regalar agua a sus vecinos para generar auténticos oasis. Los animales y las personas de la sabana, cuando tienen sed, se orientan por el perfil inconfundible de esta palmera solidaria. Toda una metáfora para el futuro de nuestro planeta, un futuro que ya ha empezado.