Rhoda vive en una pequeña aldea de Nigeria. Cada día se levanta al alba para cuidar de su pequeño huerto, pero muchas de las plantas están secas y no dan fruto. Recuerda cuando era niña, cuando su huerto era grande y proporcionaba hortalizas a toda su familia. Ahora, la estación seca es cada vez más larga y el huerto sufre la falta de agua, y Rhoda, como la mayoría de los agricultores nigerianos, mira al cielo con inquietud y esperanza. Esperanza es lo que le queda para recuperar el agua; esperanza de lluvia, esperanza de algún tipo de ayuda. Pero no sólo al huerto le falta agua; la única fuente que tenían en su aldea se ha secado hace varios años y tiene que ir a buscarla a un arroyo cercano. Lo cuenta Israel Rock O.N. en su corto Hope is not enough, finalista del We Art Water Film Festival 5.
Rhoda es uno de los más de 10,2 millones de nigerianos que habitan en las zonas rurales que se ven obligados a proveerse de fuentes de agua superficiales. Según el PCM, el 6% de los habitantes de Nigeria lo hacían en 2020.
En todo el mundo, más 110 millones acceden al agua de arroyos, charcas o lagos; casi 300 millones no disponen de una fuente de agua mejorada y alrededor de 282 millones tienen un acceso catalogado como “limitado”; es decir tienen una fuente mejorada pero deben desplazarse más de 30 minutos para acceder a ella. Los que acceden a aguas superficiales se llevan la peor parte: se ven obligados a desplazarse fuera de sus hogares y el agua que encuentran no cumple casi nunca con los mínimos requisitos de potabilidad. Rhoda improvisa un pequeño dique para que el fango y otras impurezas del agua sedimenten, pero no puede eliminar la contaminación fecal humana y animal. Cuatro millones de personas mueren cada año de enfermedades cuyo vector es el agua contaminada; el hijo de Rhoda está entre estas muertes.
Ir a por agua… de mala calidad
En el corto vemos como Rhoda se desplaza con dificultad a causa de su artritis. Es un drama que comparte con millones de otras mujeres y niñas del mundo que se ven obligadas a recorrer kilómetros con pesadas cargas para llevar agua a su familia.
Nuestra campaña #NoWalking4Water incide directamente en esta lacra que impide a las mujeres adultas participar en actividades productivas o en la vertebración familiar y social, factores imprescindibles para salir de la pobreza y crear comunidades resilientes a los estragos de la sequías e inundaciones. Por otra parte, las adolescentes y niñas que acompañan a sus madres en el transporte de agua dejan de ir a la escuela, por lo que se crea un círculo vicioso en la comunidad que lleva a un empobrecimiento social y a un bloqueo de las posibilidades de desarrollo.
El cambio climático secará más fuentes en las tierras secas y aumentará el número de mujeres que tengan que ir a buscar un agua cada vez más incierta. Ya se están cumpliendo las previsiones del IPCC en muchas zonas de Madagascar, Tanzania, Kenia y en la mayor parte de países subsaharianos; también en Centroamérica, el sur de Asia y en amplias zonas de la cordillera andina. En nuestros proyectos hemos constatado los problemas que acarrean la sequedad de las fuentes y la disminución del agua de los acuíferos, como en Zimbabue, Indonesia y muchos lugares de India. La alerta ante el cambio climático debe tener muy en cuenta esta factor que compromete la consecución de los ODS en 2030.
La hija de Rhoda ha podido estudiar y es consciente que no basta con la esperanza, sino que es imprescindible movilizarse en busca de ayuda para restituir el acceso al agua allí donde se ha perdido.