La pandemia de la covid-19 ha puesto de manifiesto las graves brechas sociales y económicas a las que nos enfrentamos, y ha evidenciado el daño que hemos causado al medio ambiente. Las noticias climáticas han empeorado año tras año y mes a mes. Cada vez que miramos con mayor profundidad y detenimiento la naturaleza, apercibimos mayores deterioros. Aumentan las preguntas y cada vez necesitamos más respuestas. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA), la degradación ambiental es el primer factor que explica las últimas pandemias y necesitaremos más vacunas y tratamientos universales.
La amenaza es real, palpable para todos, pero también lo es el aumento de la concienciación internacional en la importancia de confiar en la ciencia para progresar hacia las soluciones. Pese a los movimientos escépticos y negacionistas, la confianza en el método científico ha calado en la mayoría de gobiernos e instituciones y en la opinión pública, y la urgencia en encontrar respuestas se ha generalizado.
El agua a vista de satélite
Paradójicamente, la pandemia nos ha mostrado interacciones y degradaciones con el medio ambiente de las que no éramos conscientes y abierto nuevas ventanas a la ciencia; más problemas han quedado en evidencia, al tiempo que se han abierto nuevas hipótesis y ámbitos de experimentación.
Un buen ejemplo es la iniciativa de la NASA de poner a disposición de los científicos los datos satelitales obtenidos durante los meses más drásticos del confinamiento en las sociedades industriales. La huella humana en la calidad del aire y el agua ha quedado de manifiesto por defecto en los ecosistemas y la agencia espacial estadounidense ha decidido financiar varios proyectos de investigación medioambiental. Cuatro de ellos hacen referencia directa al ciclo del agua y abordan cuestiones fundamentales para la mitigación de la crisis climática y medioambiental y nuestra adaptación a sus consecuencias.
Detener el deterioro de los arrecifes de coral y los manglares
La pandemia facilitó un experimento natural para estudiar mejor cómo los contaminantes urbanos afectan la calidad del agua marina y la salud de los arrecifes de coral, una de las mayores preocupaciones de los oceanógrafos para prever la evolución de la biodiversidad marina, un factor fundamental para la seguridad alimentaria del planeta y la estabilidad del ciclo del agua.
Uno de los proyectos se centra en la costa de Belice donde se halla la barrera de coral más grande del hemisferio norte, junto a extensos bosques de manglares, uno de los más efectivos sumideros de carbono cuyo declive se ha acentuado las últimas décadas. Este proyecto estudiará cómo la disminución del turismo durante el confinamiento, que causó un descenso de contaminantes como el nitrógeno y el fósforo, está afectando la calidad del agua. Los datos proporcionados por los satélites permiten observar también como los cambios en el uso de la tierra pueden llegar a alterar los ecosistemas acuáticos.
Las conclusiones de esta investigación podrían ser muy valiosas para planificar la gestión del territorio, especialmente el urbano, uno de los que más concentran contaminantes, y mejorar la eficiencia del ciclo integral del agua, uno de los grandes retos tecnológicos y de gobernanza que tiene el futuro, predominantemente urbano de la humanidad.
Intercambios aire-agua: no lo sabemos todo
Una de los principales efectos de la reducción de la actividad económica fue el descenso de la emisión de dióxido de nitrógeno (NO2) a la atmósfera y, en consecuencia, su deposición en el agua. En general, una sobreabundancia de nitrógeno y otros químicos causa eutrofización de las aguas de ríos y costas por un crecimiento excesivo de algas, lo que tiene un efecto negativo en la calidad del agua y en el equilibrio ecológico.
Uno de los proyectos tiene como objetivo estudiar el comportamiento de la ecología acuática costera durante la reducción de la eutrofización, utilizando nuevos datos de los cambios en las condiciones atmosféricas y de calidad del agua. Las conclusiones pueden ser muy útiles, especialmente en el mundo industrializado, para ahondar en la comprensión del intercambio de nutrientes y contaminantes entre el aire y el agua, un proceso del que sabemos relativamente poco, y mejorar así las respuestas políticas y económicas hacia regulaciones más eficientes.
Contaminación y pluviosidad, una relación perversa
Menos contaminación del aire puede significar menos lluvia. Es un hecho que la meteorología viene estudiando los últimos años y que, también por contraste, la atmósfera menos contaminada durante el confinamiento masivo puede mejorar la investigación.
La notable disminución de la pluviosidad en el oeste de EEUU, que ha tenido una de sus más nefastas consecuencias en los pavorosos incendios forestales del norte de California, ha coincidido con la drástica reducción de aerosoles y partículas en suspensión en el aire. Éstos actúan como agentes condensadores de la humedad atmosférica, formando gotas y cristales de hielo que precipitan en forma de lluvia o nieve.
Científicos de la Universidad de Iowa usarán los datos satelitales del vapor de agua y aerosoles, y mediante un modelo numérico combinar variables como la humedad y la temperatura con propiedades y procesos físico-químicos atmosféricos. El objetivo es saber en qué medida la reducción de aerosoles es responsable de la disminución de las precipitaciones comparándolas con la variabilidad natural del sistema climático de California.
Además de comprender cómo la covid-19 está impactando en el medio ambiente natural, el proyecto puede mejorar las predicciones meteorológicas y las proyecciones climáticas, algo que facilitaría la gestión del almacenamiento y distribución estacional de los recursos hídricos.
Más allá del 2030….
Según un reciente informe de la ONU, 9.700 millones de personas vivirán en 2050 en la Tierra. Serán 2.000 millones más que en la actualidad, una cantidad equivalente a toda la población de India, EEUU, Rusia y Japón en 2019. Que todos ellos puedan alimentarse, tener acceso al agua y disponer de recursos renovables para producir los bienes necesarios para la vida es incierto. Un calentamiento atmosférico fuera de control, la degradación del medio ambiente y las pandemias amenazan con un futuro distópico a una humanidad que a duras penas avanza hacia los ODS en 2030 y se pregunta cómo llegará a mitad de siglo.
Conociendo mejor las consecuencias de lo insostenible podemos allanar el camino hacia la sostenibilidad. La ciencia del medio ambiente nos hace ver la inevitable interconexión entre todas las variables en las que gravita la evolución de la vida en la Tierra. Nuestra salud y la del planeta están relacionadas, tanto que sería conveniente considerar que son la misma. Nos urge encontrar respuestas para trascender la incertidumbre a las que nos aboca el deterioro que hemos causado al planeta. Necesitamos la ciencia y su método para saber cuál es la mejor forma de actuar, no sólo con la mente en los ODS de 2030 sino más allá…