“Igualdad de género hoy para un mañana sostenible”. El lema del Día Internacional de la Mujer de este año nos obliga a una visión más amplia de lo habitual sobre la situación actual de las mujeres más desfavorecidas del mundo. La complejidad de los problemas que las afectan muestra un camino difícil de recorrer, similar a la de la consecución de un futuro sostenible, el eje de la Agenda 2030.
Los datos generales que lanza la ONU son reveladores de una desigualdad hiriente y compleja: el 70% de los 1.300 millones de personas que viven en condiciones de pobreza son mujeres. En las áreas urbanas, el 40% de los hogares más pobres están encabezados por mujeres; las mujeres intervienen directamente en la producción mundial de alimentos en un 50-80%, pero poseen menos del 10% de la tierra; el 80% de las personas desplazadas por desastres y cambios relacionados con el clima en todo el mundo son mujeres y niñas. La pandemia de la covid-19 también ha perjudicado más a las mujeres ya que un 60 % de ellas trabaja en la economía informal, un colectivo que, según la Organización Internacional de Trabajo (OIT), alcanza los 2.000 millones de personas en el mundo.
Esta discriminación es más grave si cabe en el acceso al agua, al saneamiento y la higiene, pues la falta de este derecho humano universal afecta directamente a su salud, su seguridad física y su dignidad, así como las excluye de un acceso normalizado a la educación y por tanto las imposibilita de cualquier posibilidad de empoderamiento. Un repaso a las metas del ODS 6 nos permite ver con objetividad cómo las mujeres sufren de una forma insoportablemente injusta.
Acceso al agua: andar kilómetros hacia fuentes inciertas
En los domicilios sin suministro de agua, corresponde mayoritariamente a las mujeres y las niñas ir a por ella. Según el Programa de Monitoreo Conjunto del Abastecimiento del Agua, el Saneamiento y la Higiene (PCM), alrededor de 771 millones de personas no disponen de agua potable en sus casas; entre ellas más de 367 millones no tienen acceso a agua segura, y casi 122 millones tienen que recurrir a aguas superficiales casi siempre insalubres; los 282 millones restantes tienen acceso a agua segura pero tienen que desplazarse más de 30 minutos fuera de sus hogares para conseguirla. En todos los casos corresponde mayoritariamente a las mujeres acarrear el agua para la familia, mientras los hombres se ocupan de otras tareas en el campo.
Las consecuencias más conocidas que conlleva esta situación son las que asociamos a las imágenes de mujeres y niñas cargadas con pesados bidones, andando bajo un sol abrasador. En el mundo de emplean se emplean 40.000 millones de horas al año en ir a buscar agua. Son horas perdidas para el trabajo, la escuela, el hogar y la comunidad. Un tiempo malgastado por las mujeres para su desarrollo personal, para su salud y sus perspectivas de futuro. Si esto ocurriese en España, por ejemplo, el país se paralizaría y entraría en bancarrota, pues la cifra sobrepasa en 2.600 millones las horas de trabajo de toda la población activa en 2015 (37.400 millones de horas).
Nuestra campaña #NoWalking4Water incide directamente en esta lacra, que causa dolor, inseguridad y absentismo escolar e impide a las mujeres adultas participar en actividades productivas o en la vertebración familiar y social, factores imprescindibles para salir de la pobreza y crear comunidades resilientes a los estragos de la sequías e inundaciones.
Saneamiento e higiene, la crudeza de la desigualdad
Según el PMC, en 2020, casi 500 millones de personas, todavía practicaba la defecación al aire libre en 55 países. Aunque este colectivo se ha reducido significativamente en estos últimos años (en 2015 eran 738 millones), el avance aún es lento de cara a erradicar totalmente esta lacra en 2030. Las mujeres y las niñas son las que más sufren sus consecuencias pues ven comprometidas su salud, su seguridad y su dignidad al estar obligadas a salir a hacer sus necesidades. La ausencia de intimidad lleva a la mayoría de mujeres a posponer sus necesidades fisiológicas a la noche, pero el riesgo que corren es alto: se ven expuestas al ataque de alimañas, a robos y a asaltos sexuales. Por ejemplo, en las zonas más pobres de India, como en las aldeas del distrito de Anantapur, donde colaboramos en proyectos de saneamiento con la Fundación Vicente Ferrer, es habitual que las mujeres tengan que recorrer hasta un kilómetro a oscuras, a horas de madrugada, para alcanzar los descampados.
Frecuentemente, el miedo a salir es suficiente para aguantarse la necesidad de orinar o defecar. Si no expulsan las heces o la orina cuando su cuerpo lo solicita, su organismo se predispone a múltiples enfermedades y a la desnutrición crónica por un funcionamiento inadecuado del aparato digestivo, con la consecuente deficiencia inmunológica. Según el informe sobre salud pública del Gobierno indio de 2013, en el estado de Andhra Pradesh, el 33,5% de las mujeres está por debajo del peso ideal recomendado por la OMS, y el 63% de las solteras entre 15 y 49 años. Por otra parte, el 56,4% de las embarazadas sufre anemia. Son cifras muy superiores a las de los hombres del mismo nivel económico, que rondan el 20%.
Desigualdad en las escuelas
En las escuelas del mundo, 366 millones de alumnos no disponen de ningún servicio de saneamiento y 462 millones carecen de servicios de higiene para el lavado de manos. Estas deficiencias también perjudican de forma especial a las niñas. En el caso de tener que defecar al aire libre, esto es suficiente para no acudir a clase, pero también es motivo de absentismo la falta de letrinas separadas por sexos y la falta de intimidad que impide practicar la higiene menstrual de una forma efectiva.
Esto se agrava en las regiones del mundo en las que la menstruación se considera algo sucio y degradante, y supone un serio problema en las regiones pobres en las que las compresas son un lujo inasequible para las mujeres. Es el caso, por ejemplo, de muchas regiones de India en donde sólo un 12% de las mujeres utiliza compresas dado su elevado precio, siendo su uso es prácticamente inexistente entre las castas inferiores. En estos casos las mujeres suelen recurrir a medidas antihigiénicas para contener sus pérdidas, utilizando trapos o telas viejas que no se lavan periódicamente, por vergüenza de hacer pública la menstruación con la colada; o lo son con agua contaminada, por lo que esta prenda se convierte en otro elemento de transmisión de enfermedades. Que las mujeres sean capaces de fabricar sus propias compresas higiénicas con materiales a su alcance y poderlas comercializar es uno de los objetivos del proyecto que estamos desarrollando con Habitat for Humanity India.
Muchas mujeres no existen
El estallido de la pandemia de la covid-19 ha desvelado otro de los problemas endémicos de los países más pobres: la falta de censos fiables en las zonas más abandonadas, que convierte en “invisibles” a buena parte de la población nómada o migrante. En algunos países africanos, las mujeres y las niñas quedan aún más marginadas a causa de estadísticas sexistas que no contabilizan a las que dan a luz antes de los 15 años, porque se considera que aún no están en edad reproductiva.
Este problema ha dificultado seriamente la efectividad de los programas de ayuda en acceso al agua, a no poder contabilizar con exactitud las horas que las mujeres emplean en ir a por ella, a cocinar o a arar la tierra. Si no se sabe si existen, o dónde viven o qué hacen, no se las puede ayudar.
Algo parecido ocurre en los planes para promover la higiene urbana en los tugurios de las grandes urbes, donde muchas personas que se han visto obligadas a cavar pozos o a consumir aguas superficiales por su cuenta, y que escapan a todo control sanitario, no están incluidas en los registros oficiales. Hacen falta “datos desglosados por género“, que respecto al agua y al saneamiento son imprescindibles para el desarrollo de la geografía humana y obtener así evidencias científicas sobre las desigualdades de género. Debemos saber qué ocurre en realidad y tener así una base de partida fiable para desarrollar políticas eficientes.
Cuando el ODS 6 se convierte en el ODS 5, y viceversa
El cambio climático desvela también que las mujeres son claves en las sequías, acarreando y distribuyendo la poca agua disponible; vertebran a sus comunidades en las hambrunas, racionando los alimentos y gestionando la nutrición de sus familias; conocen las fuentes de agua y los pozos y, en el caso de los desastres naturales, son la base de la reconstrucción y la resiliencia. Ante las preocupantes confirmaciones científicas del AR 6 comunicadas la semana pasada por el IPCC este papel se hará más crucial día a día.
Alcanzar las metas del ODS 6 (acceso al agua y al saneamiento universales) es imprescindible para lograr las del ODS 5 (igualdad de género) y viceversa: ambos objetivos se necesitan mutuamente, es el camino a seguir.