“Sin dejar a nadie atrás” (leaving no one behind) es un reto enorme, pues muchos ya empiezan detrás en la carrera por la dignidad humana y el desarrollo: los más de 2.100 millones de personas sin acceso al agua limpia y los 2.400 millones que no disponen de saneamiento adecuado.
El lema del Día Mundial del Agua de este año recoge la idea y el espíritu de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Es la hoja de ruta que debe garantizarnos un desarrollo planetario eficiente y justo para todos. También tiene que poner freno al deterioro medioambiental, un factor que se ha desvelado en los últimos años como una de las más serias amenazas para los económicamente más débiles.
Entre los que ya van con retraso, algunos tienen mayor riesgo de no alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que definen la Agenda, y en especial el número 6: la plena consecución del Derecho Humano al Agua y al Saneamiento. ¿Cuáles van ya con retraso?
Los invisibles, los que nadie sabe que existen
La escasez de agua es un problema en los campamentos de desplazados internos en Darfur del Norte. Las personas desplazadas internamente (PDI) en el campamento de Nifasha en Darfur del Norte, tienen acceso al agua solo dos horas por la mañana.
UN Photo/Albert González Farran
En 2009 un informe hizo saltar las alarmas de los auditores de los Objetivos de Desarrollo del Milenio para 2015. El Where every drop counts: tackling rural Africa’s water crisis, publicado por el International Institute for Environment and Development, señalaba que unas 50.000 fuentes de agua instaladas en África no funcionaban, por lo que millones de personas, que teóricamente figuraban como abastecidas, quedaban en el lado oscuro de las estadísticas.
Tras contrastar con otros informes de ONGs, en 2014, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU reconoció que los datos manejados hasta entonces subestimaban el número de personas sin acceso asequible a agua potable y a un saneamiento seguro. Por otra parte, la ausencia de censos fiables en las zonas más abandonadas hace suponer que estos “invisibles” pueden ser muchos más de los que inicialmente se creía. Todos ellos escapan al control de las instituciones responsables, y si no los vemos no podemos ayudarles.
Se ha avanzado en la exactitud estadística pero aún queda mucho por hacer. Entre estos colectivos sin registro, las mujeres y las niñas quedan aún más marginadas. En algunos países africanos, por ejemplo, las estadísticas son sexistas: no contabilizan a las mujeres que dan a luz antes de los 15 años, porque se considera que aún no están en edad reproductiva. Tampoco no suele tenerse en cuenta la participación de la mujer en el cuidado de la agricultura, del hogar y las horas dedicadas a acarrear agua.
Otros colectivos quizá no son invisibles a las estadísticas pero sí al olvido, como los 68,5 millones de desplazados que se extienden por el Sahel, el Líbano y en muchas otras zonas de mundo. Según ACNUR, 44.000 personas al día se ven obligadas a huir de sus hogares. Lo primero que todos ellos necesitan para sobrevivir es agua, y en sus asentamientos, en su mayor parte informales y en zonas de estrés hídrico, empeoran una situación generalmente ya difícil.
En todo el mundo, unos 12 millones de hectáreas de suelo se destruyen cada año. Según la FAO, un 70 por ciento de los 5.200 millones de hectáreas de tierras secas que se utilizan en agricultura está ya degradada. Las causas son muchas, pero la deforestación es la más frecuente; la sobreexplotación de los acuíferos y el monocultivo acaban de completar el fatal empobrecimiento del suelo. Esto pone en peligro la subsistencia de unos 1.000 millones de personas en más de 100 países, que dependen de la salud de la tierra para su subsistencia y que suelen ser los más pobres del planeta. La desertificación es un fenómeno antropogénico que el cambio climático está acelerando.
Las zonas subtropicales de África e India son las más afectadas por este proceso, sin embargo el fenómeno se extiende por todo el planeta: un 30% de las tierras de los EEUU sufren algún tipo de degradación; un 25 % de Latinoamérica es desértica o semidesértica; en Europa, España es el país que muestra un riesgo más evidente, ya que una quinta parte de sus tierras corre el peligro de desertificarse; en China, desde la década de 1950, se han perdido casi 700.000 hectáreas de cultivos, 2,35 millones de hectáreas de pastos y 6,4 millones de hectáreas de bosques y tierras de arbustos.
Es preciso desarrollar sistemas que regeneren los acuíferos y permitan una diversificación de los cultivos, como el proyecto que la Fundación We Are Water finalizó en 2011 en Anantapur, en India, conjuntamente con la Fundación Vicente Ferrer: la construcción de un embalse en Ganjikunta. Allí, en una zona amenazada por la desertificación y sometida al capricho climático de los monzones, la captación del agua de la lluvia mediante pequeños embalses permite a los campesinos diversificar sus cultivos, asegurarles el agua en las largas épocas de sequía y recuperar los acuíferos por filtración, proporcionando así agua a los pozos de la zona y mejorando la reforestación.
Otro proyecto de la Fundación que muestra cómo articular soluciones en comunidades amenazadas por la degradación del suelo fértil es el de la recuperación del ciclo natural del agua en la Reserva de Bosawas, en Nicaragua, conjuntamente conEduco. La educación se muestra como uno de los ejes fundamentales de trabajo para la recuperación de las técnicas agrícolas y ganaderas tradicionales y lograr así la sostenibilidad de la actividad económica.
Los habitantes de los tugurios
Sumidos en la pobreza, la degradación del suelo arruina definitivamente a los campesinos que se ven obligados a migrar para sobrevivir. Generalmente acaban hacinados en tugurios en las grandes ciudades donde pierden sus raíces y dignidad.
La presión migratoria a las ciudades de los países en vías de desarrollo, en las que el ciclo urbano del agua es ya deficiente, provoca una situación de colapso de difícil solución. Según previsiones del Banco Mundial, en 2050, por lo menos dos de cada tres personas vivirán en ciudades cada vez mayores. Y las últimas proyecciones apuntan a que, a finales de este siglo, habitarán la Tierra 11.200 millones de seres, de los que entre el 85 y el 90% vivirá en las ciudades, por lo que a efectos prácticos la humanidad se habrá convertido en una especie urbana.
Para entonces los centros de población mundial se habrán desplazado a Asia y África, quedando en Europa y América sólo 14 de las 100 ciudades más grandes del mundo. Se trata de una disrupción demográfica de consecuencias difíciles de predecir.
En estas urbes, el 21 % de los hogares no disponen actualmente de suministro de agua. En las ciudades subsaharianas, el 3 % de la población defeca al aire libre; en India, el 60 % de la población la practica y traslada esta práctica a las ciudades al arrastrar un hábito cultural difícil de erradicar.
En estos países es prioritario frenar el movimiento migratorio desde las zonas rurales y desde los pequeños pueblos. Un caso claro es India, donde los sociólogos advierten que el 70 % de la población vive en aldeas que pueden quedar olvidadas frente al brillante desarrollo tecnológico de las ciudades smart en los próximos años.
En estas enormes conurbaciones, los gobiernos, los mandatarios locales y los ayuntamientos tienen el desafío de corregir el modelo urbano y crear incentivos para el desarrollo ordenado, inclusivo y sostenible que eviten el colapso socioeconómico y que hagan que la economía circular y el urbanismo inteligente dejen de ser una quimera de los países ricos.
Los vulnerables a los desastres
Fuertes Inundaciones en Jakarta, Indonesia.
Foto: Farhana Asnap / World Bank
Como es fácil entender, la vulnerabilidad tiene una relación directa con la pobreza: las instalaciones deficientes de agua y saneamiento, las chabolas y el hacinamiento de los tugurios que no disponen de alcantarillado y tienden a extenderse en zonas fácilmente inundables son factores que incrementan la vulnerabilidad frente a fenómenos violentos, como ciclones y terremotos.
Según el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas (DESA), casi tres de cada cinco ciudades del mundo de más de 500.000 habitantes corren un alto riesgo de padecer un desastre natural. Estas ciudades albergan a 1.400 millones de personas, es decir, alrededor de un tercio de la población urbana del mundo.
La experiencia de la Fundación en los desastres causados por el tifón Haiyan en Filipinas y el terremoto de Nepal muestran hasta que punto los habitantes de las zonas más pobres son vulnerables y cómo los desastres naturales pueden bloquear la erradicación de su pobreza. Son precisas acciones urbanísticas que acaben con la vulnerabilidad y planes socioeconómicos que aseguren la resiliencia de estos colectivos frente a los desastres.
Los que están rodeados de agua contaminada
La contaminación del agua crea altos índices de desigualdad y bloqueo al desarrollo. La falta de saneamiento y depuración provoca que 1.800 millones de personas utilizan agua contaminada con materia fecales; esta es la principal causa de la muerte de 1,5 millones de niños y niñas menores de 5 años cada año.
Por otra parte, el abuso de fertilizantes, la minería a cielo abierto y los vertidos industriales descontrolados, hace que millones de personas sufran las consecuencias de la toxicidad por sustancias como el cianuro o los nitratos. Los más perjudicados son los de las zonas rurales de los países en desarrollo que están indefensos porque son los que más usan el agua de los ríos o lagos para beber, para bañarse, lavar ropa o cocinar.
También en amplias zonas de África, China e India, el exceso de flúor en el agua genera altos índices de fluorosis esquelética, una discapacidad invalidante que afecta a millones de personas y que supone una grave lacra al desarrollo. Los fluoruros se liberan en el medio ambiente por muchos factores naturales y también a través de la combustión del carbón y las aguas residuales de diversos procesos industriales, en particular la fabricación de acero, aluminio, cobre y níquel, y la producción de fosfatos para fertilizantes.
Los que no disponen de educación higiénica
Millones de personas no tienen acceso a una educación higiénica adecuada.
Esto es un lastre para el desarrollo de cualquier comunidad. El conocimiento de las buenas prácticas higiénicas y sanitarias en materia de agua es imprescindible para acabar con enfermedades vergonzosamente endémicas en muchas partes del mundo. Prácticas que impidan la propagación de enfermedades como la diarrea, el ébola, el cólera, la tiña, la esquistosomiasis, la malaria y las enfermedades respiratorias.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2017, las enfermedades diarreicas fueron la segunda mayor causa de muerte de niños menores de cinco años, unos 525.000 en 2016; una lacra insoportable que debe acabar. Son enfermedades evitables mediante el acceso al agua potable, a servicios adecuados de saneamiento y, lo más importante, a las buenas prácticas higiénicas.
La experiencia en los proyectos de la Fundación muestra que la transmisión de conocimiento es ineludible y es especialmente eficaz entre los niños en la escuela. Ellos se comportan como agentes del cambio sostenible entre sus familias y de adultos serán líderes de comunidades libres de agua contaminada.
Los que no pueden alcanzar la tecnología
Es fundamental el acceso a sistemas que garanticen la eficacia en la captación de agua, el suministro y el saneamiento. En los países menos desarrollados, es preciso asumir la transformación digital de las ciudades, adoptar la economía circular para aprovechar la riqueza que esta podría generar y sistemas de riego eficientes que eviten el malgasto de agua y energía. Las herramientas digitales y el mundo smart deben llegar a las ciudades más pobres o no servirán para garantizar la sostenibilidad a escala planetaria.
Muchos pueden quedarse atrás. Es responsabilidad de todos que no lo hagan.