¿Somos capaces de realizar sacrificios personales concretos y tangibles a corto plazo para conseguir beneficios colectivos intangibles y en un futuro incierto? ¿Estamos psicológicamente preparados para ello? La crisis de degradación de los recursos naturales, que la ciencia asegura que el cambio climático agravará, nos obliga a esta incómoda reflexión. La contraposición entre la libertad individual y la responsabilidad colectiva es un dilema que la civilización del consumo aún no ha resuelto. Para muchos sociólogos y psicólogos este es el germen del negacionismo del calentamiento global antropogénico.
La resistencia a cambiar
Este conflicto, que se ha manifestado a lo largo de a historia en todas las actividades humanas, fue abordado desde la perspectiva medioambiental en 1969 por el ecólogo estadounidense Garret J. Hardin. En su Tragedy of the commons (Tragedia de los [bienes] comunes) que publicó en la revista Science, Hardin describe una situación en la cual varios individuos comparten un recurso natural limitado y, motivados por su interés personal, terminan por destruirlo, lo que les perjudica tanto a cada uno de ellos como al grupo. En el caso del agua, esta teoría se ha utilizado para explicar muchos casos de agotamiento de acuíferos por prácticas agrícolas descontroladas: con el incentivo de una abundancia inicial o estacional de agua, cada agricultor incrementa la producción por su cuenta, lo que sobreexplota el acuífero con su consecuente deterioro.
Esta confrontación entre los intereses individuales y colectivos se expresa a nivel sociopolítico en el conflicto entre el liberalismo y el intervencionismo del estado, una confrontación que muchas veces dificulta el adecuado planteamiento global que sin duda precisa la solución de la crisis climática. El deterioro del capital natural afecta a la larga tanto a un neoyorquino como a un tailandés aunque de diferente manera, pero para ambos será perjudicial.
La humanidad está obligada a actuar de manera que la teoría de Hardin no se cumpla. No es tarea fácil, la historia lo demuestra, y la Psicología Ambiental aborda el problema: el deterioro del capital natural del planeta no tiene una solución meramente tecnológica, requiere cambios en el comportamiento humano, tanto a nivel personal como colectivo.
¿Qué es el negacionismo?
La negación del cambio climático dificulta estos cambios. Es una corriente ideológica que, aunque minoritaria, tiene amplia resonancia en algunos medios de comunicación y, sobre todo, en las redes sociales. Las posturas negacionistas tienen sus principales valedores en políticos de gran poder – como Donald Trump, que ve en la teoría del cambio climático una conspiración en contra la economía de EEUU – y en los lobbies de combustibles fósiles, que fomentan las dudas entre la sociedad civil y presionan a los gobiernos para retrasar las acciones para la reducción de gases.
El negacionismo del cambio climático se basa en afirmar que el problema no existe o, de existir, la causa no es la actividad humana. Es una oposición directa a una de las principales conclusiones del IPCC en su Quinto Informe (AR5): “Es extremadamente probable – más del 95 % – que la influencia humana sea la causa dominante del calentamiento atmosférico observado desde mediados del siglo XX”. Más del 97 % de los científicos que estudian el clima están de acuerdo con esta afirmación.
Las posturas negacionistas son diversas y complejas, aunque se pueden clasificar en tres grupos del siguiente modo:
1. Las que niegan el fenómeno en su totalidad. “Todo es mentira, mienten todos los que aseguran la existencia del cambio climático: científicos, políticos, ecologistas, etc.” Bien por convicciones religiosas, bien porque para ellos los datos no son fiables, defienden que no hay que preocuparse, porque sencillamente no está pasando nada. Las posturas de este grupo son en algo equivalentes a las de los tierraplanistas o los que niegan que se haya llegado a la Luna. Todo son mentiras generadas por enormes maquinaciones de oscuros intereses. Cuando a estos negacionistas se les solicita una explicación de su postura, algunos citan al 3 % de científicos que no concuerdan con el IPCC en una práctica al más puro estilo de la denominada “falacia de prueba incompleta”, más conocida en el ámbito científico por el término inglés cherry picking (recolectar cerezas): entre las evidencias de un hecho, seleccionar solamente las que confirman lo contrario, o bien seleccionar algo “a la medida” de lo que se quiere refutar. Es una práctica que, sin ningún tipo de decoro, practican algunos políticos, por ejemplo, cuando declaran: “¿Veis como ya está lloviendo?”, después de un periodo de sequía, o “¿Cómo va a haber calentamiento global si está nevando?”, después de una temporada invernal cálida.
2. Las que no niegan el fenómeno pero sí sus causas antropogénicas. Los que las sostienen razonan que “sí es posible que haya un calentamiento, pero es un fenómeno natural y luego todo volverá a ser como antes”. Las explicaciones también recurren muchas veces al cherry picking: hacen referencia a estudios sobre la actividad solar, ciclos climáticos ancestrales, etc. Es un argumentario que suele estar alimentado por los políticos y los lobbies de la industria de combustibles fósiles.
3. Las que no niegan ni el calentamiento ni su origen humano, pero niegan su importancia. “Están exagerando, esto no va a ser tan grave como dicen” suele ser una forma de evitar preocuparse. En este grupo abundan los creyentes en el dios de la tecnología – “algo inventarán y lo arreglarán” – o en una sobrevaloración del estado protector – “ya tomarán medidas, prohibirán cosas…”. Entre ellos hay un subgrupo que considera que la adaptación será un éxito y que incluso nos aportará más beneficios que pérdidas. Aquí también hay buenas dosis de cherry picking: “Se podrá cultivar vid en los Alpes, hacer turismo en el Ártico, ir a la playa en invierno…”.
Un reto de comunicación complejo
Todas estas posturas generan actitudes de inhibición que algunos psicólogos relacionan con las fases del duelo ante una pérdida: el mundo, tal como lo conocemos y vivimos en él va a cambiar, y el cambio no será bueno. En estos casos, la negación es una defensa ante el dolor o el miedo, y el planteamiento de cualquier cambio personal obliga a encarar esta inquietud, lo que se vuelve insoportable.
La mayoría decientíficos y sociólogos coinciden en que las instituciones, las empresas y los medios de comunicación deben realizar un esfuerzo de comunicación para lograr que la concienciación de la ciudadanía lleve a acciones reales de cambio superando la respuesta negacionista.
¿Hay suficiente información? ¿Es la adecuada? Psicólogos sociales como Kenneth J. Gergen advierten que la información no se convierte en conocimiento por sí misma, especialmente si se da en exceso, como está ocurriendo en las redes sociales, que saturan el cerebro con una avalancha de contenidos sobre el calentamiento de la atmósfera. En estos casos, las posibilidades de que el cerebro cree conocimiento útil disminuyen y el receptor de la información saca conclusiones superficiales que lo vuelven más vulnerable a la manipulación demagógica.
Por otro lado, como señalan los psicólogos Cristina Huertas y José Antonio Corraliza en su estudio Resistencias psicológicas en la percepción del cambio climático, los mensajes tremendistas y amenazantes, que abundan los últimos años, suelen generar un rechazo defensivo tanto del contenido de la información como de sus fuentes. Se produce el efecto de“ecofatiga”, por el que la persona tiende a no asumir su responsabilidad y a experimentar sentimientos de indefensión, considerando ineficaz cualquier acción personal: “no importa lo que yo haga, el problema es lo suficientemente grande como para que dependa de mí”.
El sociólogo y jurista Dan M. Kahan explica que los ámbitos culturales e ideológicos de las personas tienen en general más importancia en la percepción del cambio climático que la propia información recibida, y que muchas veces conocer los hechos, incluso con datos objetivos e inteligibles no es siempre suficiente para actuar en consecuencia y cambiar los hábitos de comportamiento.
Sensibilización y conocimiento en equilibrio
El reto de comunicación es notable. La mayoría de psicólogos y sociólogos abogan por estrategias que no sólo incluyan la sensibilización emocional, sino también el conocimiento de cómo hacer frente a problema: qué cambios de comportamiento y estilo de vida y, sobre todo, por qué razón.
Una comunicación basada solamente en la sensibilización emocional impactante crea temor, indignación o tristeza. Son emociones que, si están solas, dejan el terreno abonado a estados de ánimo que no aportan soluciones, fomentan el negacionismo y empeoran la convivencia. El conocimiento, que reside en el cerebro racional, debe acompañar a la sensibilización que afecta al cerebro emocional. Este se crea con una comunicación objetiva e inteligible, exenta de tergiversaciones de carácter político o ideológico. Gobiernos, científicos, instituciones y medios de comunicación están obligados a integrar los aspectos educativos en la información científica, a explicar el porqué de los cambios necesarios, y mostrar así soluciones basadas en el beneficio colectivo tangible y alcanzable que da la solidaridad.