El pasado noviembre, mientras que en la COP27 las potencias discutían sobre cuáles eran los daños del cambio climático y cómo llegar a un acuerdo justo para ayudar a los países que más los sufrían, en Somalia, más de siete millones de personas estaban en riesgo de hambruna extrema. Tras cinco estaciones lluviosas fallidas, el país, uno de los que menos carbono emite a la atmósfera, se encontraba al borde del abismo humanitario, con medio millón de niños y niñas acumulando meses de desnutrición.
La situación no ha mejorado estos dos últimos meses. Intermón Oxfam asegura que una persona muere de hambre cada 36 segundos en el Cuerno de África, la zona geográfica de la que Somalia ocupa el extremo oriental. En el norte árido del país, la mayoría de pastores nómadas han perdido casi todo su ganado. Camellos, ovejas y cabras, de variedades que en milenios se han hecho muy resistentes a la sequía, no han podido esta vez con la prolongada falta de agua y la drástica disminución de los pastos.
ACNUR calculaba en diciembre que, a lo largo de 2022, la cifra de desplazados somalís rondaba los 857.000. Lo más probable es que ahora ya sean más. En un país en el que más de dos millones de personas bebe de aguas superficiales (charcas y ríos), grupos de familias caminan varios días para alcanzar los campos de refugiados en busca de ayuda. En ciudades, como Baidoa, en el sur más húmedo y verde, se levantan hasta 500 campamentos donde las ONGs les acogen como pueden.
Pues mucha de la ayuda internacional no llega a su destino. Grupos terroristas de Al Shabab, movimiento yihadista afiliado a Al Qaeda, roban los alimentos, agua y medicinas ante la impotencia de un Gobierno débil que tiene demasiados frentes abiertos. También la corrupción es un agravante: según Transparencia Internacional, en 2009, Somalia era el país más corrupto del mundo. Según los observadores internacionales de la ONU, la situación ha mejorado pero esta lacra social sigue causando enfermedad y muerte a los más necesitados. Para acabar de empeorar un año nefasto, la invasión de Ucrania también ha disparado los precios mundiales de los alimentos y el combustible, lo que ha encarecido los transportes y perjudicado las entregas de ayuda.
Una tragedia recurrente, en un semidesierto milenario
Las crisis humanitarias son recurrentes en Somalia, también las promesas incumplidas. En 2011, tras la muerte por desnutrición de 250.000 personas, la reacción internacional fue contundente y los líderes mundiales prometieron en los medios de comunicación que no volvería a suceder algo semejante. Pero volvió a ocurrir en 2017, cuando otra sequía dejó tras de sí a más de 260.000 fallecidos, más de la mitad niños.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ya alertó en 2008, cuando publicó su informe El cambio climático y el agua, que el descenso de la pluviosidad aumentaría el estrés hídrico en el Cuerno de África, zona a la que a los vientos húmedos de procedencia Atlántica les cuesta mucho llevar la lluvia (ver mapa). En Somalia, Djibouti, Eritrea y Etiopía, la aridez es milenaria, pero las perspectivas a corto y medio plazo dibujan un panorama aún más seco: el desierto total acecha.
Desde tiempos ancestrales, el norte semidesértico ha obligado a sus moradores a desarrollar una ganadería nómada de subsistencia, al contrario del sur, más húmedo. Allí, la agricultura prevalece, constituyendo alrededor del 65% del PIB y dando empleo a la mayoría de la población activa. Pero las notables variaciones de la lluvia estacional también amenazan los cultivos de sorgo, caña de azúcar, maíz y plátanos, provocando cosechas desiguales que añaden incertidumbre económica.
Otras crisis bajo la sequía
No sólo la crisis climática es la causa de la hambruna. Desde su nacimiento como nación, en 1960, los enfrentamientos étnicos, los diversos episodios de guerra civil y los conflictos armados con los países vecinos se han hecho endémicos en Somalia, que representa fielmente las nefastas consecuencias de la combinación de sequías y guerra.
La tierra que se seca suele desvelar al mundo dramas humanitarios profundos. Como en Somalia y en el resto de países del Cuerno de África, la violencia, la corrupción y el desequilibrio social subyacen ocultos en el olvido de la opinión pública internacional. Tras la desertificación del Sahel, las inundaciones de Sudán del Sur, los corrimientos de tierras de Sierra Leona, la salinización del los deltas en Bangladés y Vietnam, y otros tantos desastres naturales, aparece un sustrato de pobreza y abandono que impacta al mundo y obliga a reflexionar sobre cómo avanzar hacia los ODS con eficacia.
El acuerdo sobre “pérdidas y daños”, que las Partes reunidas en Sharm El Sheik acordaron concretar a corto plazo, debe tener en cuenta estas circunstancias y abrir los ojos del mundo a la complejidad de los problemas que sufren los países que menos han contribuido al calentamiento atmosférico y que son los más sufren sus consecuencias. No basta con dinero, hace falta una solidaridad política internacional que no esconda el drama social en el que se debaten las economías más pobres.