El pasado 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró oficialmente a la covid-19 como pandemia. La alarma, que ya había cundido en la mayor parte de los países, hizo pasar prácticamente desapercibido el último informe publicado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Éste fue presentado el día antes en conferencia de prensa por el Secretario General de la ONU, António Guterres y el Secretario General de la OMM, Petteri Taalas. El documento recoge las consecuencias que tuvo el calentamiento global durante 2019 sobre la salud de las personas, la vida marina y los principales ecosistemas del planeta.
El informe no trae buenas noticias respecto a la evolución del cambio climático y sus previsiones de futuro. Sin embargo, la atención mundial estaba en marzo focalizada en la amenaza inmediata a la salud y el trabajo que suponía la pandemia, quedando en segundo término en los medios de comunicación los males con que el clima puede perjudicarnos. Es algo que sigue pareciendo una amenaza lejana pese a que prácticamente toda la humanidad sufre ya las consecuencias del calentamiento global.
2019, un mal año climático
El informe de la OMM señala que 2019 terminó con una temperatura media en el planeta de 1,1 °C por encima de los niveles preindustriales; un valor superado únicamente por el récord de 2016. Desde la década de 1980, cada nuevo decenio ha sido más cálido que todos los anteriores desde 1850.
El poder letal de las olas de calor empieza a ser ya un tema recurrente en los veranos del planeta. En Europa occidental, el calor causó cientos de muertes adicionales y, en Australia, los devastadores incendios propagaron cenizas por todo el mundo y provocaron un pico en las concentraciones de CO2 en la atmósfera.
En el Ártico y la Antártida se registraron temperaturas récord que fundieron el hielo a unos niveles nunca vistos. En el hemisferio norte, este problema se agudizó a causa de que el verano llegó después del enero más cálido desde que se tienen datos. También se prevé que este año pueda ser el que se alcance la menor extensión de hielo en el Ártico, y la OMM confirma que esta región polar se está calentando al doble de velocidad que el promedio mundial.
La pérdida de hielo polar favorece la subida del nivel del mar causada por la expansión térmica del agua marina, que también aumenta. Esto incrementa el riesgo de inundaciones en muchas zonas costeras e islas, y puede provocar que sus cotas más bajas queden sumergidas definitivamente.
Taalas declaró que “es probable que en los próximos cinco años se produzca un nuevo récord de temperatura mundial anual. Es cuestión de tiempo”. Y Guterres alertó del gran problema al que nos enfrentamos en la lucha contra el cambio climático: “Actualmente estamos muy lejos de cumplir los objetivos del Acuerdo de París de limitar el aumento de la temperatura a 1,5 o 2°C”.
2020 confirma la tendencia
En 2020, desde que el pasado marzo casi todos los gobiernos decretaban medidas de confinamiento ante la covid-19, no han cesado de llegar malas noticias sobre la crisis climática que dan continuidad a lo ocurrido en 2019 y confirman las oscuras predicciones de la OMM.
Lo más alarmante, de cara la reducción de gases de efecto invernadero, es que muchos territorios árticos, especialmente Siberia, llevan desde el invierno registrando temperaturas muy por encima de las medias. En junio, la prolongada ola de calor siberiana y el aumento de incendios forestales en la región han sembrado la alarma: en la ciudad siberiana de Verjoyansk, al norte del círculo polar ártico (latitud 67ºN), se registraron 38ºC la temperatura más alta de la historia en todo el círculo; ese mismo día, en la ciudad de Sevilla, al sur de la península ibérica (latitud 37ºN) el termómetro marcó 37ºC de temperatura máxima.
Los científicos señalan que el deshielo del permafrost, iniciado durante el “cálido invierno” 2019/20, y la mayor absorción de calor experimentada por el suelo sin nieve o hielo hayan provocado posiblemente un calentamiento anómalo en primavera, y este efecto se haya trasladado al presente verano. De confirmarse esta hipótesis, la zona ártica de Siberia podría entrar en un proceso de retroalimentación positiva (más calor, provoca menos hielo, lo que provoca más calor). Además de los problemas de estabilidad de muchos edificios siberianos, construidos sobre esta capa helada, y la liberación de microorganismos enterrados en su fango, una de las mayores preocupaciones del derretimiento del permafrost es la liberación de dióxido de carbono (CO2) y, sobre todo, de metano (CH4), un gas de efecto invernadero más pernicioso que el dióxido de carbono.
Salud: el clima, además de la pandemia
El informe de la OMM incide de forma especial en los impactos previstos de la meteorología y el clima en la salud de las personas, la seguridad alimentaria, las migraciones, los ecosistemas y la vida marina.
Además de las muertes adicionales por hipertermia y deshidratación provocadas por las olas de calor que están afectando a los menores y ancianos de las zonas más pobres, los cambios en las condiciones climáticas facilitan la transmisión de enfermedades tropicales. La más evidente es el dengue, que se propaga a través de los mosquitos Aedes aegypti. En el informe se señala que en 2019 se produjo un gran aumento en la cantidad de casos de dengue en todo el mundo.
Además de la covid-19, las olas de calor que azotan los países tropicales este verano perjudican la lucha contra pandemias como el paludismo, el sida y la tuberculosis. Del mismo modo, las enfermedades transmitidas por el agua en mal estado y la falta de saneamiento e higiene, como la diarrea, el paludismo y el cólera, se incrementan con las altas temperaturas.
En lo referente a la seguridad alimentaria, el Secretario General de la ONU señaló que tras una década de reducción constante, el hambre repunta: más de 820 millones de personas padecieron hambre en 2018. En 2019, las sequías, unidas a la violencia empeoraron significativamente la seguridad alimentaria en muchos países africanos. A finales del pasado año, se estima que aproximadamente 22,2 millones de personas en Etiopía, Kenya, Somalia, Sudán del Sur y Sudán volvieron a padecer hambrunas similares a las de las prolongada y terrible sequía de 2016/17.
Huracanes, inundaciones e incendios por encima de la media
En 2019, la actividad ciclónica tropical estuvo por encima de la media en todos los océanos. En el hemisferio norte se produjeron 72 ciclones tropicales. Por su parte, la temporada 2018/2019 en el hemisferio sur también superó los registros medios, al formarse 27 ciclones.
El más excepcional fue el ciclón Idai, que tocó tierra en Mozambique el 15 de marzo. Fue uno de los más potentes nunca vistos en la costa este de África. El fenómeno provocó un millar de víctimas mortales y arrasó unas 780.000 hectáreas de cultivos en Mozambique, Zimbabwe y Malawi agravando la inseguridad alimentaria endémica de estos países y provocando el desplazamiento de más de 180.000 personas. La Fundación We Are Water colaboró con World Vision en un proyecto de ayuda de emergencia en la zona, con el objetivo de cubrir las necesidades higiénicas más básicas a los afectados mediante filtros de agua y kits de higiene.
El monzón asiático, comenzó tarde, pero sus inundaciones causaron más de 2.200 muertes en India, Nepal, Bangladés y Myanmar.En EEUU, las pérdidas económicas totales debidas a inundaciones en 2019 se estimaron en 20.000 millones de dólares y se produjeron graves desbordamientos en el norte de Argentina y Uruguay con pérdidas estimadas de 2.500 millones de dólares.
Además de las zonas árticas (Siberia, Alaska y Canadá), los incendios forestales fueron en 2019 superiores a la media en las regiones selváticas de Indonesia y en la Amazonía brasileña, y fueron especialmente devastadores en Bolivia y Venezuela, con la consiguiente nefasta liberación de CO2.
Los incendios de Australia, que se dieron a finales de 2019 y se prolongaron en enero de 2020, calcinaron siete millones de hectáreas y causaron decenas de víctimas mortales, destruyendo más de 2 000 viviendas.
Coronavirus y crisis climática. ¿Qué podemos aprender?
Cuando la OMS declaró oficialmente la pandemia, su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus, declaró su preocupación por la falta de acción de los gobiernos en la lucha por prevenir el contagio. La misma preocupación por la inacción la había manifestado dos días antes António Guterres en la ONU en referencia a la crisis climática: “La covid-19 es una enfermedad que esperamos que sea temporal, pero el cambio climático ha estado allí por muchos años y se mantendrá por muchas décadas, y requiere una acción continuada. Necesitamos demostrar que la cooperación y acción internacional es la única forma de obtener resultados significativos”
La crisis climática está ahí e irá a peor si no la detenemos. Debemos evitar la reacción humana habitual que tiende a desentenderse ante los problemas que se plantean complejos y de incierta solución a largo plazo. La inacción es insostenible y nos lleva a un futuro de ruina para la humanidad. Gobiernos, científicos, instituciones y medios de comunicación están obligados a integrar los aspectos educativos en la información científica, a explicar el porqué de los cambios necesarios, y mostrar así soluciones basadas en el beneficio colectivo tangible y alcanzable que da la solidaridad.
El coronavirus nos está enseñando que la enfermedad de uno es la de todos, al igual que la salud. La propagación de la infección ha demostrado que la tardanza en responder en cuestión de días o semanas marca una dramática diferencia. El mismo principio es aplicable a la crisis climática y, aunque la escala de tiempo es mayor, las consecuencias pueden ser mucho más nefastas para todos. No pospongamos las acciones a largo plazo, actuemos ahora.