El pasado 25 de abril fue el Día Mundial del Paludismo. La efemérides, impulsada por la OMS desde 2007, pasó prácticamente desapercibida en los medios de comunicación internacionales enterrada por la alarma de la covid-19. El paludismo o malaria es una enfermedad que se lleva la vida cada año de más 400.000 personas, el 90 % de las cuales en África. Otras pandemias como la tuberculosis y el sida se suman al paludismo para causar anualmente la muerte de casi tres millones de personas, la mayoría en África Subsahariana y el sur de Asia.
En 2000, bajo el liderazgo de la OMS, se creó el Fondo Mundial para la lucha contra el sida, la Malaria y la Tuberculosis. Constituido por socios, gobiernos e instituciones de más de 100 países, el Fondo presentó el pasado octubre en Lyon (Francia) sus resultados: desde su fundación, había salvado la vida de más de 27 millones de personas y había logrado recaudar más de 12.700 millones de euros. El principal objetivo del Fondo, que cuenta con la Bill & Melinda Gates Foundation como uno de sus principales contribuyentes con 2.240 millones de dólares, era salvar 16 millones de vidas y prevenir 234 millones de infecciones a causa de estas tres pandemias para 2023. La infección por coronavirus es una amenaza para lograrlo.
Unificar esfuerzos y aprovechar experiencias
Cuando se desencadenó la nueva pandemia el pasado mes de marzo, el Fondo alertó de su impacto catastrófico en las comunidades más vulnerables del mundo, y de la amenaza que significaba para los infectados por VIH (Virus de Inmunodeficiencia humana causante del sida), la tuberculosis y la malaria. Sin embargo, en un alarde de coherencia ante la cuarta gran pandemia, el Fondo proporcionó financiación inmediata de hasta mil millones de dólares para ayudar a los países a combatir el covid-19 y prevenir la fragilidad de los abrumados sistemas de salud de los países más afectados. “En el Día Mundial de la Malaria es vital que trabajemos juntos para asegurar que el progreso que estamos haciendo no se pierda. Ante los desafíos de covid-19, tenemos que estar más unidos para luchar”, escribió en Twitter Peter Sands, director ejecutivo del Fondo.
La drástica reducción de muertes por malaria en los últimos 20 años está catalogada por la OMS como uno de los mayores logros médicos del último siglo. Su experiencia es muy valiosa como también la de la lucha contra el sida y la tuberculosis. El desarrollo y aplicación de protocolos de detección y testeo ha sido fundamental en las tres pandemias y ahora es uno de los puntos clave en todo el mundo para luchar contra el nuevo virus. También lo ha sido en la aplicación de terapias, muy difícil en muchas zonas alejadas geográficamente y en comunidades culturalmente hostiles a la medicación. Sin embargo, su éxito ha sido notable: la distribución de antirretrovirales han reducido las muertes por sida en un 56%; y los diagnósticos precoces y el uso de antibióticos han logrado reducir las muertes por tuberculosis en un 22 % estos últimos años.
Colectivos de riesgo: evitar el doble contagio
La tuberculosis es una enfermedad casi olvidada en los países más ricos, pero es la enfermedad infecciosa que más vidas se lleva en los países pobres: cada año 1,5 millones mueren por la infección causada por el bacilo de Koch. En cuanto a la malaria, que se transmite por la picadura de mosquitos del género anopheles, las estrategias de lucha son más complejas ya que implican fumigar los hogares, instalar y usar mosquiteras, y la medicación masiva.
En este caso, la relación directa que tiene la reproducción del mosquito con el agua encharcada obliga también a un control de estas aguas superficiales (ríos, lagos, estanques y charcas). Según la OMS, el 60 % de incidencia de la malaria se da en varios países con enormes problemas de acceso a agua y saneamiento, y en los que la Fundación We Are Water ha desarrollado proyectos, como son República Democrática del Congo, Burkina Faso, Ghana o Uganda. Además de en otros como Camerún, Mozambique, Níger, y Nigeria. Estos ocho países concentran más de la mitad de los 159 millones de personas que se abastecen directamente de aguas superficiales en el mundo. La gestión del control del anopheles se cruza aquí con las endemias de diarrea y otras enfermedades debidas al consumo de agua contaminada habitual en estos casos.
El problema adicional que señala la OMS es que los pacientes de estas enfermedades configuran colectivos de riesgo ante la covid-19: los pacientes de sida están inmunodeprimidos, y los de la tuberculosis tienen los pulmones dañados. Es fundamental evitar la coinfección en estos colectivos especialmente vulnerables, cuyos tratamientos están en peligro de ser interrumpidos por la ausencia de fármacos y material de protección debida al cierre de fronteras.
El ODS 3, seriamente amenazado
Desde que se instauraron los ODS en 2015, estas tres enfermedades se presentaron como el principal caballo de batalla en el mundo para lograr el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 3 (Salud y bienestar para la humanidad). Ahora el covid-19 añade incertidumbre a lo que ya era antes de difícil consecución. La OMS, las ONGs y las instituciones científicas que luchan contra las pandemias advierten que la emergencia del coronavirus amenaza con un retroceso en los costosos avances logrados en prevención, tratamiento e investigación.
Como ya ocurrió con la epidemia de ébola en 2014 en África, los hospitales corren el peligro de ser asociados a focos de contagio, por lo que la población tiende a evitarlos, lo que agrava el problema del tratamiento de otras enfermedades. En este caso, el miedo al covid-19 puede provocar más muertes por la interrupción del tratamiento de otras enfermedades que la propia infección por coronavirus.
Y no sólo están las pandemias. Las denominadas “enfermedades tropicales desatendidas” configuran colectivos de pacientes que pueden ser definitivamente abandonados. La OMS señala 15 de estas enfermedades afectan a más de 1.000 millones de personas. Son infecciones que se desarrollan en entornos de pobreza extrema, especialmente en el ambiente caluroso y húmedo de los climas tropicales. La mayoría son transmitidas por insectos, como mosquitos, la mosca tsetsé, la vinchuca y las llamadas moscas de suciedad. Muchas se propagan por el agua contaminada y el suelo infestado por huevos de gusanos. Los ciclos de transmisión se perpetúan por efecto de la contaminación ambiental, las malas condiciones de vida y la falta de higiene.
Uno de los aspectos positivos que debemos extraer de la pandemia del coronavirus es la concienciación de la globalidad de la tragedia y de la importancia de avanzar unidos, asomándonos sin miedo a las otras tragedias que no conocíamos o habíamos olvidado. Ya no hay problemas aislados, la solución de uno debe llevarnos a la solución de los restantes.